El sentido de la oportunidad

Artículo publicado por José Miguel González Hernández  en el número de septiembre de La Gaveta Económica.

Si pudieras mirar hacia atrás en la vida, ¿qué cambiarías? La primera premisa para poder hacer este ejercicio sin coste alguno, supondremos que nada más se vería afectado. Sería una acción quirúrgica mediante la extracción de lo indeseable. Es cierto que es una premisa muy exigente a la vez que nos pone las cosas muy fáciles. De hecho, solo quitaríamos las malas decisiones, suponiendo que las buenas tendrían exactamente el mismo efecto. Pero sabemos que esto no funciona así. De hecho, cuando tienes ángeles, es porque también contienes demonios.

Cuando tomas decisiones, dejas otras por tomar. Eso pasa en todos los órdenes de la vida. Pero ¿cuál es el secreto para siempre acertar? Pues (in)formarse lo suficiente, hacer escenarios de prospectiva, calibrar las medidas junto a todos sus efectos y consideraciones, hacer un perpetuo análisis coste-beneficio y, sobre todo, no arrepentirse de lo que pudo ser y no fue. Ahora bien. Si te has equivocado, la corrección es la mejor de las alternativas porque el empecinamiento sobre unas circunstancias que sabes que lo único que vas a provocar es más daño, es la peor de las elecciones. Otra máxima que hay que tener en cuenta es que las decisiones universales no siempre funcionan. Lo que sirvió en un momento específico del tiempo y del espacio no tiene que generar los mismos efectos en bajo cualquier otro escenario. En este sentido, en economía se habla del coste de oportunidad. O lo que es lo mismo, es el coste de la renuncia, incluidos los beneficios que potencialmente dejaríamos de obtener. En definitiva, es el valor de la mejor opción no realizada.

Ante este concepto, imaginemos, entonces, el campo de actuación e influencia que tiene la política económica. ¿Cuándo hay que modificar la estructura fiscal de una región? ¿Cómo se verá influenciada la recaudación y posterior suministro de bienes y servicios públicos? ¿Cómo se verá alterada la elasticidad de las diferentes partes del mercado en relación con las nuevas decisiones que se han adoptado? ¿Acaso son inmunes? No. Se ven afectadas y, de hecho, readaptan las expectativas de actuación y resultados a obtener, por lo que el escenario inicial de decisión cambia nada más tomarla.

Es por ello por lo que, además de calibrar los diferentes escenarios prospectivos de ocurrencia también hay que incorporar a la ecuación la oportunidad a la hora de llevar a cabo determinadas determinaciones. Aquellas personas e instituciones que piensen que la política económica es como un mero cambio de piezas de un sistema motorizado, en donde todo continúa funcionando exactamente igual que antes, deben corregir dicha creencia porque las cosas no funcionan como un reloj.

Comenzar a modificar una política fiscal sin consenso hará que parte del tejido, tanto productivo como social, decida movilizar sus preferencias. Además, instaurar incertidumbre es dotar de mayor complejidad a una sociedad que, de hecho, ya lo es. No se trata de cambiar una parte del todo, una pieza del engranaje, por muy minúscula que parezca, pensando que el resto funcionaría de igual manera. Las personas y organizaciones no son partes mecánicas que se comportan de forma idéntica, ni siquiera con el mismo entorno, sean cuales sean las condiciones de presión y temperatura. Somos seres, normalmente, racionales, pero con picos de altas dosis de irracionalidad (exuberante, muchas de las veces). Así que, como parte final, una recomendación: Una vez reconocidos los hechos no vale pensar que la sociedad era la que estaba equivocada. Si todos los vehículos van en tu contra, es posible que seas tú el que te hayas equivocado de carretera. De hecho, dotarse de oportunidad muchas veces se muestra más eficaz que el conocimiento incorporado en la toma de decisiones.

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