Artículo publicado por José Alberto León Alonso en El Día el 19/07/15.
Hemos asistido a lo largo del mes de julio a los penúltimos capítulos del culebrón griego. El acuerdo firmado transpira desconfianza por los cuatro costados y puede romperse en mil pedazos en cada uno de los innumerables hitos que lo jalonan. Los griegos han dado su primer sí al acuerdo, pero deberán dar muchos más (incrementar el IVA, reducir las pensiones, despedir funcionarios, privatizar todo lo privatizable), y en cualquier momento la tentación de rebelarse puede asaltarles de nuevo, devolviendo la pelota al punto de partida. Por el lado europeo, los puntos de ruptura no son menores. Para empezar, este nuevo rescate deberá ser aprobado por al menos seis parlamentos europeos, y el circo montado por los dirigentes griegos esta semana no lo pondrá nada fácil. No hay que olvidar que las opiniones públicas de al menos diez países europeos se oponen a dar más dinero a los griegos, y su soberanía no es menor que la griega, puestos a decidir por su propia cuenta.
Syriza ha convertido un país con dificultades en un estado en ruinas. Llegó a una Grecia que crecía un 0,8% en 2014 y que se preveía que creciera en torno al 3% en 2015, y ha logrado en solo seis meses, que los bancos cierren y que el país se hunda en una recesión que no será menor del 5% del PIB. Tsipras ha empeorado la situación en la que recibió a Grecia rompiendo las negociaciones, dejando al país fuera del programa de rescate financiero y forzando al BCE a suspender la ayuda a sus bancos. El consiguiente corralito ha deprimido la economía griega. Es un nuevo escenario que implica menores ingresos públicos y mayores necesidades de recapitalización de la banca. El acuerdo final con Europa ha acabado por ser aún más duro por este motivo. Syriza es la responsable de empeorar brutalmente lo que simulaba proteger: el Estado de bienestar y a los desfavorecidos. Es lo que tiene el populismo. Vende como solución mágica la de siempre – gastar sin freno -, y allí donde aplican sus recetas (Venezuela, Argentina y ahora Grecia) el resultado es siempre el mismo. La miseria, el corralito y las colas para abastecerse.
Grecia, como muchos países latinoamericanos es una democracia disfuncional que se encamina a marchas forzadas a convertirse en un estado fallido. Kalyvas, en su libro Modern Greece: what everyone needs to know, muestra cómo el país evolucionó, después de la democratización de 1973, hacia un régimen similar a los populismos latinoamericanos que, al tiempo que trajo la libertad política y social, socavó las ya frágiles instituciones del Estado griego. Grecia es una república bananera en Europa. El PASOK usó su influencia para tejer una red clientelar enraizada en la administración estatal y local. Así, el Estado griego está enredado en una gigantesca red de intereses particulares que obtienen exenciones fiscales o regulatorias sin justificación alguna. Si se comparan las propuestas que Grecia ha llevado al Eurogrupo con las que rechazó airadamente en el reciente referéndum, la única diferencia es la insistencia del Gobierno griego en que los armadores griegos no paguen impuestos.
Lewis en su libro Boomerang: Viajes al nuevo tercer mundo europeo, insistía en que el país menos europeo y más tercermundista que visitó fue Grecia, que festejó su incorporación al euro y su acceso a los créditos bancarios ilimitados del norte viviendo muy por encima de sus posibilidades. Mantuvieron el hábito de la “mordida” o pequeño soborno para acceder a los servicios públicos, y al fraude fiscal generalizado. Mientras tanto, los sueldos del sector público griego se duplicaron y su edad media de jubilación se mantuvo en los 57 años, cuando en el resto de Europa pasa de los 65. Así llegamos a un Estado que apenas recauda pero gasta a espuertas para mantener contenta a su clientela política. Mientras alguien preste o regale la diferencia entre gastos e ingresos, la rueda sigue girando. Pero hoy la fiesta se acabó.
Los socios europeos parecen tener razón creyendo que los griegos muy difícilmente cumplirán sus compromisos si no es bajo la amenaza de estar al borde del precipicio. Pagar los impuestos que corresponden, acabar con los privilegios de algunos grupos, devolver sus créditos, un mercado de trabajo eficiente… la sociedad civil y el electorado griego no demandarán esas reformas. Si los acuerdos anteriores acabaron siendo políticamente insostenibles en Grecia, con reformas que nunca fueron aprobadas, este seguramente acabe de la misma manera. A estas alturas, y en vista que no parece haber un camino marcado para salir de este agujero (Grecia no aprueba reformas, y Europa ya no se fía de Grecia) me temo que lo más sensato sería una salida controlada del euro, con un reingreso más adelante, con el dracma devaluado y reformas ya hechas. Lo demás será seguir tirando dinero a la basura. Ni lo van a devolver nunca ni se logrará con ello que algún día sean capaces de vivir por sus propios medios.
Muchos países, los que más dinero aportan a Europa, están hartos de esta situación. Grecia es el mismo país quebrado y dependiente del exterior que siempre, y el resto de Europa está igual o más harta de tener que rescatarles. Lo único que no han perdido los griegos es el orgullo. Por eso, optaron por un “no” rotundo a las medidas de austeridad impuestas por Europa en el pasado referéndum, medidas que el propio gobierno griego aceptaría prácticamente en su totalidad cuatro días después. Por su propio bien (y el de todos los europeos) deberían retirarse voluntariamente de lo que se ha vuelto para ellos la tiranía del euro y buscar su propio destino por su cuenta. Fuera del euro podrían devaluar su moneda y obtener más recursos en lo único en lo que son competitivos: el turismo. Y, ya de paso, acabar con los sobornos y el fraude fiscal. Continuar con este interminable tira y afloja entre Grecia y Europa no beneficia a nadie. Peor que ahora, es imposible estar.