Artículo publicado por José Alberto León Alonso en Diario de Avisos el 13/04/2014.
La inflación en la zona euro en el mes de marzo se ha reducido al 0,5%, mientras que en España el indicador adelantado del IPC sitúa su variación anual en el –0,2%. Estas cifras han alarmado a las instituciones económicas, al considerar que Europa y, en especial, España, se acerca a un escenario donde se incluye la peor pesadilla de la economía: la deflación.
La larga crisis económica está suponiendo una carrera de obstáculos sin fin. Tan pronto el panorama comienza a despejarse surge una nueva tormenta en el horizonte. El último es la deflación. ¿En qué consiste? En economía, la deflación es la bajada generalizada y prolongada del nivel de precios de bienes y servicios. Para considerarla prolongada se requiere que la bajada de precios se mantenga durante como mínimo dos semestres consecutivos, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). La deflación suele responder a una caída en la demanda y sus consecuencias para la economía son nefastas. Pero, ¿por qué es tan negativo que bajen los precios de forma prolongada? Después de todo, los consumidores dispondríamos de bienes más baratos para nuestro consumo y ganaríamos poder adquisitivo. Nada mejor que un ejemplo para mostrarlo. Supongamos que los precios se reducen cada mes nada menos que a la mitad. En principio parece jauja para el consumidor. Este mes puedo comprar el doble de bienes que el mes pasado con el mismo dinero. Pero, si el próximo mes los precios volverán a reducirse a la mitad, ¿por qué no esperar algo más y comprar cuando estén aún más baratos? El resultado final de una expectativa de bajada generalizada y prolongada de los precios es que se posponen buena parte de las decisiones de consumo e inversión, en espera de nuevas bajadas de precios. En una hipotética situación como la presentada, la economía se hundiría por falta de demanda de consumo e inversión. ¿Y cómo se saldría de esta situación? La verdad es que no hay muchos antecedentes históricos para explicarlo. La deflación prolongada solo se ha producido dos veces en la historia económica mundial. La primera fue en la Gran Depresión estadounidense de los años 30, y solo se salió de ella “gracias” a la Segunda Guerra Mundial, que embarcó a los Estados en un nivel de gasto público (y deuda) que impulsó los precios al alza. El segundo precedente es el de Japón a principios de los 90, cuando explotó una gran burbuja inmobiliaria-hipotecaria que llevó a que los precios de los activos se colapsaran. El país entró en deflación y nunca ha salido de ella, por mucho que sus autoridades políticas y económicas lo han intentado todo. Así, 25 años después, su bolsa sigue estando más de un 60% por debajo de los valores de aquellos años, los precios de los inmuebles un 70%, su economía estancada, y su deuda nacional es la mayor del mundo. Bonito panorama.
¿Realmente es tan alto el riesgo de deflación? El FMI lo cifra en un 20% en la zona euro, pero nada menos que en un 60% en España. En mi opinión, ese riesgo no es tan alto. El FMI ya se ha equivocado muchas veces en sus previsiones, y la deflación ahora mismo no es más que una amenaza con una probabilidad de ocurrencia reducida. Pero se trata de una amenaza real que hay que vigilar. En su última reunión, el Banco Central Europeo (BCE) afirma estar preparado para actuar si es necesario, aunque cualquier medida conlleva riesgos que deben ser evaluados cuidadosamente. ¿Qué podría hacer el BCE para evitar la deflación? Estas son las posibilidades más obvias:
Reducir los tipos de interés. El BCE aún tiene margen para bajar los tipos de interés, que actualmente se sitúan en el mínimo histórico del 0,25%. Sin embargo, el impacto de reducir los tipos hasta cerca del 0% no parece muy relevante y, de hecho, la reducción desde el 0,5% hasta el 0,25% actual en noviembre pasado apenas ha tenido impacto real.
Poner en negativo el interés de la facilidad de depósito, en el 0% desde julio de 2012, que se concede al dinero depositado por los bancos europeos en el BCE. Así, se penalizaría al capital “ahorrado” por las entidades financieras con el objetivo de reactivar la circulación del crédito. No creo que fuese una medida efectiva, pues actualmente hay diez veces menos de dinero depositado en el BCE que hace dos años, en plena crisis financiera.
Realizar una nueva ronda de liquidez a la banca (LTRO, en sus siglas en inglés), aunque esta vez condicionada a que los bancos den financiación a familias y pymes. Las dos mega subastas de liquidez (LTRO) de hace año y medio concedieron dinero barato a las entidades financieras y descongestionaron las arterias del sector financiero, pero la correa de transmisión que conduce el crédito de los bancos a las familias y empresas sigue atascada. A pesar de ello, los bancos están devolviendo el dinero prestado a una velocidad cada vez mayor, pues ahora no tienen tantos problemas de financiación, de modo que no parece que tengan ahora tanta “sed” de liquidez.
Tampoco se descarta que el BCE deje de “esterilizar” la cartera de bonos que tiene en su balance tras las compras de deuda. “Esterilizar” significa que el BCE retira de la economía la misma cantidad de dinero que utiliza en las adquisiciones de bonos para no generar inflación. Esta medida es lógica, pues lo que se pretende ahora es generar inflación, no evitarla, pero lo cierto es que los mercados de bonos están tan relajados que el BCE apenas interviene en ellos y su impacto tardaría en notarse.
La última posibilidad de la política monetaria sería implementar un programa de compra de activos. Se trataría de imprimir dinero a través del denominado alivio cuantitativo (QE, en sus siglas en inglés) comprando activos en los mercados para impulsar la economía y la inflación. No estamos hablando únicamente de comprar deuda de países, pues ese programa ya existe (el OMT) aunque nunca se ha usado, sino también activos privados (es decir, préstamos). El problema es que la compra de activos privados es más complicada en Europa que en Estados Unidos, pues aquí no tenemos un mercado suficientemente líquido donde éstos se intercambien, al contrario que en Estados Unidos, ya que ese mercado se rompió cuando los bancos europeos comenzaron a desconfiar unos de otros, y nunca se ha recompuesto. Adicionalmente, este programa no llegaría al ciudadano, sino a los especuladores, y generaría burbujas en las bolsas y los mercados de materias primas, y al desvío de esa abundante liquidez a otros países, en especial a los emergentes.
Llámenme convencional, pero ninguna de estas opciones me convence. Hace ya más de dos años proponía que el Banco Central Europeo imprimiese moneda y se lanzase a poner en marcha los planes previstos de desarrollo de infraestructuras energéticas, de transporte y telecomunicaciones utilizando para ello al Banco Europeo de Inversiones. Los proyectos a financiar ya están evaluados rigurosamente, así que no se trataría de reeditar absurdos planes E, aeropuertos sin pasajeros o AVEs no rentables, sino de ejecutar proyectos que generen nuevas oportunidades de negocio en toda Europa, incluida España. Nada de economía financiera que no se ve, ni se toca, sino inversiones materiales necesarias que generan actividad económica, empleo e inflación. Un billón de euros sabiamente invertido bastaría. Si lo hubiesen hecho hace dos años, no estaríamos hablando ahora de la amenaza de deflación.