Artículo publicado por José Alberto León Alonso en El Día el 29/11/15.
Argentina es un país desconcertante. El economista Kuznets, ganador del Premio Nobel, ilustró esta especificidad cuando dijo que existían cuatro tipos de países: desarrollados, subdesarrollados, Japón y Argentina. Argentina es el único país otrora desarrollado que ha logrado salir de este exclusivo grupo a golpes del populismo peronista que ha garantizado desorganización y desgobierno. En 1904 su renta per cápita era la cuarta del mundo, por encima de la de Alemania y Francia. En 1950 ya había caído al octavo puesto, pero en 2014 su renta per cápita apenas ascendía a 12.500 dólares, casi una tercera parte de la española y había caído al puesto 52 en el mundo.
A primera vista, el resultado económico de Argentina es desconcertante, pero las razones de su declive se aclaran cuando se miran a través del cristal del papel institucional, como hacen Acemoglu y Robinson en su libro Why nations fail. Según los autores, los países crecen económicamente si son capaces de crear instituciones inclusivas, y se estancan o decaen si sus instituciones son excluyentes. Es el conflicto político y la forma de resolverlo lo que determina el camino hacia la prosperidad o la pobreza de una sociedad. En sus propias palabras, “la clave del desarrollo económico consiste en tener instituciones inclusivas que, en lo económico, garanticen los derechos de propiedad, la ley y el orden, la libertad para establecer nuevas empresas, la efectividad de los contratos, el acceso a la educación y la igualdad de oportunidades para la gran mayoría de los ciudadanos; y, en lo político, garanticen la participación y el pluralismo y la imposición de restricciones y controles sobre la arbitrariedad de los políticos.”
En 1946, Perón fue elegido democráticamente Presidente de Argentina, y poco después destituyó a cuatro de los cinco miembros del Tribunal Supremo de Argentina, que había rechazado por inconstitucional una ley peronista. El debilitamiento del Tribunal liberó a Perón de límites políticos. Así, pudo enviar a la cárcel a su principal opositor por “falta de respeto” al Presidente. Desde entonces, cada presidente argentino (elegido democráticamente o no, peronista o no) elige a sus propios jueces del Tribunal Supremo. Desde el surgimiento de Perón, el poder en Argentina apenas encontró límites, repartiendo cargos, contratos y prebendas, y rompiendo las reglas establecidas con impúdica desfachatez. Si el Tribunal Supremo cuestionaba una política, se cambiaba el Tribunal. Si, como sucedió en 2007, los estadísticos profesionales publicaban elevados índices inflacionarios, se los reemplazaba con protegidos políticos que publicaban estadísticas “convenientes”, y se amenazaba con juicios penales por difusión de falsos rumores a quien cuestionase las estadísticas oficiales. La reciente victoria en las elecciones argentinas del candidato conservador Mauricio Macri abre la posibilidad de una nueva época para su país, al suponer la primera ocasión en la que el peronismo es vencido democráticamente por el centro-derecha y la tercera vez en los últimos setenta años que el “movimiento nacional” peronista es derrotado en unas elecciones democráticas.
El libro de Acemoglu enfatiza que no hay predeterminismo histórico para que las naciones se desarrollen o fracasen. Por el contrario, existen momentos históricos que suponen un “punto de inflexión” según se resuelvan en favor de instituciones inclusivas o extractivas. Este podría ser uno de ellos para Argentina. Tan apremiante como la consolidación de una izquierda razonable en América Latina, alejada de políticas escasamente democráticas y caudillos populistas como Perón, Chávez o Morales, es el afianzamiento de una derecha civilizada, como la que parece encarnar Macri en Argentina, que no acceda o conserve el poder con golpes de Estado y que no se comporte de forma totalitaria.
Que esta oportunidad cuaje o no dependerá de muchos factores, pero el nuevo Presidente se encontrará con un espantoso legado, todavía por estimar de forma fiable, pues las estadísticas oficiales no se las cree nadie. Se cree que la inflación anual es la segunda más alta del mundo, solo por detrás de la de Venezuela, y el país se ha quedado sin reservas de divisas y sin acceso a los mercados internacionales de crédito. También puede presumir de haber puesto en práctica una de esas ocurrencias económicas que parecían desterradas a los libros de historia como un disparate irrepetible, como es la instauración de los tipos de cambio múltiples, distintos según el tipo de producto que se comercia con el exterior. Actualmente solo Venezuela, Irak, Cuba, Ghana y Zimbabue, además de Argentina, los utilizan, y la mera enunciación de la lista da una pista de que no debe ser una buena idea. Curiosamente, en España estuvieron en vigor desde 1943 hasta 1959 bajo el régimen de Franco. Los extremos acaban por confundirse y aplicar las mismas políticas.
En resumen, Argentina está, otra vez, al borde de la quiebra. No es que con ocho impagos sea el país del mundo con mayor número de quiebras de la historia. Ese triste récord corresponde a España (con catorce), pero es que desde 1950 el número de impagos en Argentina asciende a seis, uno cada diez años aproximadamente. Y en ese periodo solo Venezuela la iguala, mientras que en España el último ocurrió en 1882. Pero que no se preocupen los argentinos, pues tiene toda la pinta que Venezuela volverá en menos de un año a encabezar en solitario esa lista de nuevo. Y es que el “socialismo del siglo XXI” de algunos países se parece enormemente al del siglo XIX, con un absoluto desprecio a la teoría económica más elemental, y donde el populismo imperante ha aunado lo peor del comunismo y el fascismo. Veremos si estas elecciones abren una nueva época para Argentina y, ya de paso, para Latinoamérica. Para empezar, que accedieran al cargo con unas nociones básicas de economía, como Macri, vendría de perlas.