Artículo publicado por José Alberto León Alonso en Diario de Avisos el 27/04/2014.
El Banco de España (BdE) acaba de publicar la estadística de las cuentas financieras de los hogares del año 2013, y los titulares de los periódicos se han apresurado a destacar que “la riqueza de las familias vuelve a los niveles del año 2006”, antes de la crisis. En efecto, la riqueza financiera neta de los hogares españoles en 2013 alcanzó la cifra de 1,044 billones, la mayor de toda la serie histórica que comenzó en 1980. ¿Significa esto que las familias españolas vuelven a ser ricas de nuevo, como antes de la crisis? Parece obvio que un dato como este en un entorno depresivo para muchas economías familiares, asediadas por el alto nivel de paro, los salarios a la baja y las voluminosas deudas pendientes, resulta chocante. Para comprender los motivos de semejante paradoja habría que aclarar bien de qué habla el BdE cuando se refiere a la riqueza financiera neta.
Lo primero que hay que resaltar es que la riqueza es un stock compuesto por el valor de todos nuestros bienes, tales como viviendas, vehículos, joyas, arte, cuentas corrientes, planes de pensiones, etc., mientras que la renta es un flujo integrado por salarios, pensiones, dividendos de acciones, ingresos por arrendamientos e intereses de cuentas corrientes y depósitos, principalmente. Es perfectamente posible ser “rico” (propietario de valiosos bienes) y no poder hacer frente de forma sostenible a tus necesidades más obvias por carecer de ingresos recurrentes. Muchos hogares poseen una o varias valiosas viviendas, pero no cuentan con ingresos al haber perdido su empleo y se encuentran ante esta situación: tienen posesiones, pero no ingresos, y cuando intentar convertir esa supuesta riqueza inmobiliaria en dinero descubren que no hay compradores para sus viviendas.
Lo segundo es que el BdE ha publicado la estadística de riqueza financiera neta. La riqueza financiera es la diferencia entre el valor de los activos financieros y las deudas del hogar, pero los activos financieros apenas suponen el 20% del total de activos del hogar, ya que la mayor parte de las familias españolas han invertido (equivocadamente, como ya he mencionado en muchas ocasiones) su dinero principalmente en inmuebles, y el valor de éstos no ha dejado de caer desde el año 2007. Así pues, lo que ha vuelto a los niveles pre-crisis no es la riqueza total, sino la financiera. Y por mucho que haya subido la riqueza financiera en 2013, no compensa la caída de valor de los inmuebles.
Lo que nos dice esta estadística es que, cuando se compara con el año 2012, la riqueza financiera neta de los hogares españoles aumentó en nada menos que 213.000 millones de euros. Este espectacular incremento ha sido fruto de una reducción de 55.000 millones de las deudas y de un incremento de los activos de 158.000 millones de euros, como fruto del incremento en el valor de las acciones. Así pues, está muy claro qué familias salieron ganando en 2013: las que tenían dinero invertido en acciones. No se trata de nuevo ahorro invertido, ya que las nuevas inversiones en acciones solo crecieron en 8.000 millones, sino del impacto de la revalorización en un 20% de la bolsa durante el pasado 2013. Obviamente este hecho deja fuera de la eventual recuperación a muchas familias: las que no tienen dinero invertido en Bolsa.
Si se compara con la situación anterior a la crisis, la riqueza financiera de los hogares alcanzó su nivel mínimo en 2008, cuando el valor de las acciones se desplomó en 266.000 millones de euros respecto al 2006, y desde el 2008 la riqueza no ha dejado de crecer, aunque sostenida sobre dos pilares bien distintos al pasado reciente: el desendeudamiento de las familias y su mayor disposición al ahorro en efectivo y depósitos, con una estrategia más conservadora en el ahorro. Es cierto que la bolsa se ha recuperado llamativamente durante 2013, pero el valor de las acciones en poder de los hogares está aún un 21% por debajo del nivel pre-crisis. Por otro lado, el obligado esfuerzo de austeridad y de contención en el gasto que ha traído consigo la crisis económica ha servido para reinstaurar una cultura de economía doméstica que planifica el futuro más allá del día a día y evita el riesgo, pero esa etapa ya se ha completado y debería ir seguida por la vuelta a un esquema de gasto familiar equilibrado y responsable y recuperar al manos en parte la inversión en bolsa, con mejores perspectivas de rentabilidad que la inversión en depósitos. Que esto ocurra y las familias vean cómo crece el valor de sus activos es importante por el llamado “efecto riqueza”, un fenómeno que incrementa el consumo y, por consiguiente, la producción y el empleo, por el solo hecho de creerse más rico. Pero aunque la mejoría del valor de los activos financieros puede ayudar en parte a la recuperación del consumo, para que este efecto nos ayude a salir de la crisis hace falta igualmente una estabilización del mercado inmobiliario, donde los hogares tienen invertido la mayor parte de sus ahorros. ¿Ricos de nuevo? No. Ya nos gustaría.