Artículo publicado por José Alberto León Alonso en Diario de Avisos el 15/06/14.
El Banco Central Europeo (BCE) ha bajado los tipos de interés al 0,15%, ha puesto una tasa negativa (-0,1%) a los depósitos de los bancos y, sobre todo, ha anunciado una barra libre de liquidez de 400.000 millones de euros a la banca condicionada a incrementar su exposición al crédito a familias y empresas. La gran pregunta es si estas medidas servirán para estimular la economía. Mi opinión es que no servirán para nada más que incrementar la especulación en la bolsa y los mercados de deuda soberana. ¿Por qué? Porque estamos en una trampa de liquidez.
El concepto trampa de liquidez, definido originalmente por Keynes, uno de los mayores economistas de la historia y el que postuló la salida de la Gran Depresión de los años 30 a través del gasto y la inversión pública, se emplea para definir una situación económica en la que la política monetaria se vuelve ineficiente para estimular la inversión y el consumo. Una vez que el Banco Central ha reducido el tipo de interés a prácticamente el 0% (como ahora), por mucho dinero adicional que inyecte en la economía el efecto es nulo y la política monetaria se vuelve inservible para estimular la actividad económica. Sucede así porque en esta situación las personas prefieren conservar el dinero antes que invertirlo, ya que el coste casi nulo del dinero (el bajo tipo de interés) no estimula a arriesgarse. Así, la masa monetaria crece pero no circula, y no se produce ni crecimiento ni inflación. Para Keynes la política monetaria es como una cuerda en manos de los gobernadores de los bancos centrales: pueden tirar de ella subiendo el precio del dinero y frenando excesos económicos, pero es difícil empujar esa cuerda, esto es utilizar la política monetaria para impulsar la economía. El propio Keynes consideraba la trampa de liquidez como una curiosidad teórica de poca importancia. Sin embargo, cuando la economía japonesa cayó a principios de los 90 en un período de estancamiento prolongado con tasas de interés cercanas a cero, el concepto de una trampa de liquidez volvió a primer plano, pues la política monetaria expansiva de Japón demostró su inutilidad durante los siguientes 20 años. En la actual crisis, el premio Nobel de Economía Paul Krugman argumentó repetidamente que entre 2008 y 2012 Estados Unidos, Europa y Japón se encontraban en una trampa de liquidez, y la política monetaria era inservible, como demostraba el hecho de que, por ejemplo, el dinero en circulación se hubiese multiplicado por tres en Estados Unidos entre 2008 y 2011 sin producir ningún efecto significativo sobre los precios ni reducir significativamente el desempleo.
La solución que da Keynes (y Krugman) a la trampa de liquidez es una política fiscal expansiva, en la que a través del aumento del gasto público se estimule el PIB y el empleo, pero en épocas de depresión como la actual, en las que el estado se encuentra en déficit y con una deuda acumulada considerable, no parece que se pueda incrementar mucho más el gasto público. ¿Cuál sería entonces la solución? En mi opinión lo más lógico sería un paquete de inversiones públicas a nivel europeo. Dado que los estados no pueden incrementar más el gasto público por sí mismos, que el BCE inyectase esos 400.000 millones de euros, pero no en créditos, sino en inversiones en infraestructuras a través del Banco Europeo de Inversiones (BEI). Eso sí, en infraestructuras necesarias para liberar a la economía europea de corsés en su crecimiento. No en levantar aceras como nuestro nefasto Plan E, ni en construir aeropuertos vacíos. Afortunadamente en Europa se ha señalado hace tiempo una serie de infraestructuras necesarias para estimular el crecimiento, con un enorme potencial de beneficio. Si ese dinero se empleara en acelerarlas, no solo estimularíamos el crecimiento actual, sino el futuro, y saldríamos de la trampa de liquidez y, con un poco de suerte, con algo de inflación.
En lugar de eso, damos dinero a los bancos para que lo presten, pero en economía tan importante como el cómo es el cuándo, y esta medida llega tarde. Si se hubiera tomado hace seis años, cuando los bancos les cancelaban de la noche a la mañana las líneas de crédito que mantenían aun siendo compañías sólidas, hubiera permitido la supervivencia de muchas empresas solventes a largo plazo pero con problemas de liquidez a corto. Y es que el crédito podía haber sido una solución temporal a una crisis de liquidez como la que sufrieron la mayoría de las empresas españolas en los inicios de la crisis. Pero no se hizo en su momento, y buena parte de las empresas solventes pero con problemas de liquidez desaparecieron por el camino. Ahora las que quedan no necesitan del dinero de los bancos para sobrevivir, y se adaptaron (reduciendo tamaño y plantilla) a vivir sin préstamos mientras se centran en devolver todo lo que aún deben. Si a esto añadimos que la banca misma está en un proceso de recapitalización y reducción del endeudamiento para cumplir con los exigentes requisitos de solvencia de Basilea III, que les exige mayor cantidad de capital para el mismo nivel de préstamos, y que la compra de deuda pública por parte de los bancos sigue estando favorecida, ya que se sigue considerando que no consume recursos propios, mientras que cualquier tipo de préstamo sí lo hace, concluiremos que los efectos de la nueva política del BCE van a centrarse únicamente en el campo de la economía financiera, y no de la economía real: subirá la bolsa y bajará la prima de riesgo de la deuda soberana. Dado que las inyecciones de liquidez alejan la amenaza de impago de los países en peor situación (los del sur de Europa), lo más probable es que se continúe cerrando la prima de riesgo entre los países del norte y los de la periferia. Y la caída de la rentabilidad de la deuda soberana desplazará a los especuladores hacia la renta variable. De hecho, es lo que está sucediendo. Las bolsas han subido casi un 6% en una semana y el coste de la deuda española es ahora el menor de la historia. ¿Hay algún motivo real para ello? Ninguno. Es pura especulación. Simplemente la abundancia de liquidez generando burbujas en los mercados. Antaño esa liquidez sobrante se dirigió al crédito a la vivienda, y ahora a la deuda y la bolsa. Pero ya sabemos que las burbujas explotan cuando menos se espera.