Artículo publicado por José Miguel González Hernández en el número de abril de La Gaveta Económica.
En estos momentos es mejor mirar hacia adelante porque ya el diagnóstico está hecho y regodearse en el mismo no tiene mucho sentido. No tiene mucho sentido intentar dar la primicia de las buenas o malas noticias. No tiene mucho sentido predecir el pasado. Que si yo lo sabía, que si no te diste cuenta, que si yo lo hubiera hecho mejor… ya da igual. Ha pasado y está pasando. Pongámonos en el día después. En el tiempo que va a transcurrir hasta que las empresas vuelvan a funcionar con óptimos porcentajes de rendimiento. Ese es el intervalo por el que nos tenemos que preocupar y ocupar ahora.
¿Y por qué? Porque si no se apuesta por evitar el descalabro económico en el que estamos inmersos debido a la crisis sanitaria, puede que se generen más problemas de salud que los provocados por el propio COVID-19. Sí. En serio. No es ningún bulo. Es cierto que serán efectos más sibilinos con mayor polarización de impacto debido a las diferentes condiciones de cada una de las regiones, pero terminará por filtrarse por todas las grietas de la sociedad. En la actualidad, el riesgo de recesión está servido y comido. Y sobre ese escenario hay que moverse.
Si esta perdura en el tiempo se puede constatar que, en relación con otras crisis económicas que han acontecido a lo largo de la historia, al relacionar la salud y bienestar de la población y su economía, se dará una proliferación de enfermedades, tanto psíquicas como físicas, más allá de los problemas sociales, como bien podría ser el incremento en el desempleo con la consiguiente proliferación de la economía sumergida. Paralelamente, la protección social desde la perspectiva sanitaria se potenciará en un primer momento, pero se descuidará a medio y a largo por la insuficiencia de fondos públicos para poder sostenerla. Porque ¿quién va a pagar impuestos? Si desaparecen hechos imponibles, desaparecen sus bases imposibles. Y si desaparecen las bases imponibles, de nada vale tener tipos tributarios (ni altos ni bajos), porque la recaudación se hundirá. Y si eso pasa, ¿cómo se financiará la provisión de bienes y servicios públicos? Además, el impacto no ocurrirá de forma lineal ni en una sola dirección. Hoy se ve afectada la economía privada. Luego, la pública. Las diferencias se polarizarán, tanto desde la perspectiva de las que mejoran, como las que empeoran. Y para ver esto, no hace falta tener ninguna bola de cristal. Solo hace falta tener algo de sentido común. A partir de este diagnóstico, hay que alejarse de la incompetencia y acercarse a la gestión.
Por eso, el día después hay que poner sobre la mesa todos los esquemas de actuación en materia de política económica y decisiones privadas de mercado: fiscalidad y tributación, endeudamiento, gestión del superávit, expansión de la producción, satisfacción de las necesidades colectivas, distribución de la renta, protección sectorial y regional, gestión del consumo privado, seguridad en el abastecimiento, utilización masiva de la negociación colectiva más un largo etcétera de medidas que han de plantearse, repensarse y consensuarse, pidiéndole ayuda al universo, si hiciera falta, porque la caída, pese a ser temporalmente corta, va a ser profunda, muy profunda.
No se trata de pesimismo. Se trata de realismo. Las buenas palabras e intenciones no serán suficientes para evitar que nuestra sociedad se agriete porque no hemos asistido a un decaimiento de la oferta o de la demanda. Hemos asistido a la desaparición temporal de determinados mercados de bienes y servicios. Reactivarlos, en algunos casos será sencillo: darle al botón y ya está. En otros no tanto, porque no dependen directamente de su esfera de actuación. Por ello, dejemos de situarnos en la casilla de salida de esta partida y pongámonos en la de llegada, porque comienza una nueva ronda. Y ojo, no se trata de ningún juego.
José Miguel González Hernández
Director de Consultoría
Corporación 5