Artículo publicado por José Alberto León Alonso en el número de julio de La Gaveta Económica.
Principios de economía. Ese es el libro. Se trata de una crisis de manual de economía. Oferta y demanda. O cómo la fijación arbitraria por parte de un Gobierno del precio de los bienes básicos genera escasez y desabastecimiento. Aumento de masa monetaria y control de cambios y precios han derivado en una espiral que llevó en 2018 la inflación al 1.700.000%, la más alta del mundo, y una de las mayores de la historia. Venezuela lleva años limitando los precios a algunos productos básicos para tratar (con nulo éxito) de controlarla. En numerosas ocasiones, esos precios máximos se han situado por debajo de los costes de producción y de los de mercado, de tal modo que la imposibilidad legal de trasladar los mayores costes de aprovisionamiento al cliente final, bajo riesgo de intervención del establecimiento, convierte vender en perder dinero, lo que conduce al desabastecimiento en las tiendas. Al tiempo, la demanda de los consumidores se dispara porque sus precios son muy asequibles por los bajos precios regulados. Oferta y demanda no se encuentran, con lo que los productos de precio regulado se ven sometidos intermitentemente al acaparamiento, la escasez o el racionamiento porque su precio no es de mercado.
Venezuela es una economía que exporta un solo producto, petróleo, y que ha venido liquidando progresivamente su infraestructura industrial y poniendo sus actividades productivas más importantes bajo el control absoluto del gobierno. Mientras el precio del crudo creció todo fue bien. En los 14 años que estuvo Hugo Chávez en el poder (1999-2013), el petróleo multiplicó su precio por diez, pasando de 10 a 100 dólares el barril, y su moneda, el bolívar, se depreció más del 90%. Dado que el petróleo se comercia en dólares, los ingresos del Estado en bolívares por cada barril de petróleo exportado se multiplicaron por cien durante su mandato. Esa inmensa cantidad de dinero permitió al Gobierno de Chávez disparar el gasto público, reducir la pobreza y el desempleo, ganar elecciones y mantener a flote una economía cada vez más ineficiente, en la que el control de cambios y de precios provocaba toda clase de distorsiones, ahuyentando la inversión extranjera y golpeando a la industria local. Lo cierto es que en esos quince años el Gobierno venezolano dispuso de los mayores recursos jamás obtenidos y, sin embargo, convirtió la economía venezolana en un erial con problemas estructurales de inflación, desabastecimiento, desindustrialización y controles de todo tipo.
Con el precio del barril de petróleo actualmente en torno a 55-60 dólares el barril, todo el entramado de subsidios del régimen chavista se ha venido abajo y la fijación arbitraria del precio de los bienes básicos genera escasez y desabastecimiento, que ahora afecta a todo tipo de artículos. El mantenimiento de una economía subsidiada ha conducido a un déficit público y caídas del PIB crónicas. Abandonado como un paria del sistema productivo mundial, ha perdido el 60% de su PIB entre 2013 y 2018 y la pobreza extrema alcanza al 80% de la población.
Y de esta forma, Venezuela está a un paso de quebrar…otra vez. Será la séptima quiebra desde 1950, todo un récord mundial. Y no veremos una quiebra controlada y ordenada, no. Asistiremos a una quiebra desordenada al estilo de la argentina de 2001, y de una dimensión parecida. El país se enfrenta a una gestión económica espantosa y desastrosa en medio de una crisis política e institucional gravísima, lo que está degenerando ya incluso en un enfrentamiento civil. Un completo desastre. Maduro ha declarado el estado de emergencia económica desde hace años, pero para Venezuela es simplemente demasiado tarde. El país está colapsando y solo cabe apostar si se hundirá por completo en cuestión de días, semanas o meses, pues resulta imposible mantener más tiempo una economía en estado de muerte cerebral. Las autoridades venezolanas (estas u otras) acabarán pidiendo más temprano que tarde la intervención del Fondo Monetario Internacional para recibir los fondos que nadie en su sano juicio les prestaría, pero que son indispensables para poner orden en las finanzas del país. Esto marcará el fin del régimen bolivariano, pero no habrá por dónde coger a un país arruinado. Deberá eliminar buena parte de la economía subvencionada por el chavismo, lo que generará las condiciones para que otro hombre del pueblo populista surja de nuevo, ya que dispondrá de un chivo expiatorio externo al que culpar de todos los males. Males que han generado ellos solitos con su incompetente gestión económica. Y vuelta a empezar en busca de la octava quiebra.