Artículo publicado por José Alberto León Alonso en el número de octubre de 2018 de La Gaveta Económica.
En 1944, representantes de 44 países reunidos en Bretton Woods regularon el sistema financiero y monetario que había de regir el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. De ese acuerdo surgieron instituciones que aún hoy perviven, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), y emergió el dólar como moneda de intercambio y reserva internacional.
Casi 75 años después, parece acercarse el momento de redefinir el diseño y acabar con la, hasta ahora, incuestionable supremacía del dólar. Durante estos 75 años los intercambios comerciales globales se han realizado en dólares, y esa moneda ha servido como forma primordial de reserva para los bancos centrales de todo el mundo. Para Estados Unidos, al menos desde el abandono de la convertibilidad del dólar en oro en los años setenta, las ventajas de este sistema han sido y son enormes. Mientras el resto del mundo debe conseguir dólares a través de una balanza por cuenta corriente positiva (es decir, “ingresando” más dólares de los que gasta en sus intercambios internacionales), Estados Unidos solo tiene que “imprimirlos”. No menos importante, que tu moneda se convierta en el activo de reserva asegura una enorme demanda de dólares en forma de deuda del gobierno por parte de corporaciones internacionales y gobiernos de todo el mundo, lo que permite a tu país endeudarse casi sin límite al tener la demanda de tu deuda cubierta.
La política de la Reserva Federal (RF) americana ha marcado el ritmo de la economía mundial durante los últimos 75 años. Si rebajaba los tipos de interés, la enorme liquidez a bajo precio se trasladaba por todo el mundo en forma de deuda americana, incentivando a los países menos desarrollados a endeudarse en dólares baratos en lugar de su cara divisa propia. Una vez la RF subía tipos, como ahora, los países endeudados en dólares se veían incapaces de pagar los intereses en los ahora caros dólares, lo que los conducía a la quiebra.
Pero esta situación está comenzando a cambiar. Por un lado, el tamaño del déficit público americano bajo las políticas expansivas de Trump es tan gigantesco que, por primera vez, comienzan a tener problemas para encontrar demandantes foráneos que lo cubran. Además, las necesidades de endeudamiento no harán sino aumentar con el envejecimiento paulatino de la población americana. Por otro lado, la política “trumpiana” de romper con todas las ataduras de acuerdos e instituciones multilaterales, y excluir del sistema internacional de pagos (americano, por supuesto) a sus enemigos políticos internacionales está incentivando a muchos países a dejar de utilizar el dólar como moneda de pago internacional. El objetivo de Trump no es otro que acabar con el déficit por cuenta corriente americano con casi todos los países del mundo, pero ese objetivo conduciría, por definición, a que el resto del mundo entrara en déficit y a la contracción económica de todos los demás países, un patrón de “no crecimiento” que ya se produjo durante la depresión de los años 30 con las devaluaciones competitivas de todos los países contra todos. Un superávit comercial americano repatriaría dólares del resto del mundo y, más pronto que tarde no habría dólares para pagar la deuda.
China, su gran rival presente y futuro, está siendo la más activa en esa tarea. Ha alcanzado acuerdos con Japón, Rusia, Brasil, India e Irán para utilizar las monedas nacionales en sus intercambios bilaterales. Al mismo tiempo, ha creado un mercado de futuros en el que se puede negociar su moneda y su deuda, con el respaldo del oro como garantía. Su lema para el yuan chino es “tan estable y seguro como el oro”.
Rusia no se ha quedado atrás. Ha vendido en el mercado la mayoría de la deuda americana que mantenía en su poder como reservas, atesorando oro en su lugar. Pero incluso Europa, el tradicional aliado americano, es ahora considerada “casi tan diabólica como China” por el Presidente americano, y personalidades tan poco revolucionarias como Merkel y Juncker han declarado que EE.UU. ya no es de fiar y que los intercambios comerciales europeos no pueden depender del dólar como lo hacen ahora, promoviendo la utilización del euro para sus adquisiciones de materias primas.
El proceso de abandono del dólar como moneda internacional de reserva y para los intercambios será paulatino, pero, una vez avance lo suficiente, la fase final será rápida y, probablemente, traumática. La caída del dólar causaría hiperinflación en Estados Unidos al retornar en masa la deuda americana en manos foráneas, e incluso la primera quiebra de su historia, al ser incapaz de financiar su déficit, pero las turbulencias monetarias hasta que se estableciese un nuevo orden monetario y financiero internacional afectarían al comercio y la economía mundial.
Cuál sería ese nuevo orden monetario y financiero es difícil de predecir. Apunto algunas posibilidades:
- Se podría edificar en torno a una cesta de monedas (dólar, euro, yuan chino), en lugar de una sola, pero eso no impediría que la acción unilateral de uno de esos bloques desequilibrase el nuevo orden.
- Otra opción sería promover los Derechos Especiales de Giro (DEG) que ya ha creado el FMI, cuyo valor depende de la cotización de seis monedas, pero que no necesita acumular esas monedas como reserva, sino que las utiliza como ponderación, lo que le permite “imprimir” DEG cuando lo desee para hacer frente a turbulencias financieras. El Presidente del Banco Central de China ya lo propuso en 2009. El FMI actuaría así como Banco Central Mundial y sería gobernado multilateralmente. Pero Estados Unidos tiene el poder suficiente en el FMI para impedir que este proceso se produzca, así que parece complicado que lo permita.
- Un grupo suficiente de países podría reunirse en un nuevo Bretton Woods e implementar la vieja propuesta de Keynes, el bancor, rechazado en 1944 por criterios políticos (de Estados Unidos, claro). Técnicamente es la más completa para evitar desequilibrios comerciales duraderos, ya que sería una moneda que no existiría en papel ni sería creada por ningún Banco Central, sino un mero intermediario en las transacciones comerciales que se crearía y destruiría en una cámara de compensación entre países y que distribuiría cargas simétricamente no solo entre los países con déficit comerciales elevados, sino también entre los que mantuvieran superávits comerciales duraderos, de modo que todos los países sería responsables de mantener un cierto equilibrio en sus intercambios. En el caso de que los desequilibrios no se corrigieran con el tiempo se produciría una devaluación de las monedas de los países con déficit y/o una revaluación de las monedas de los países con superávit. Al restringir las devaluaciones a aquellos países en déficit por cuenta corriente, las devaluaciones competitivas serían imposibles y todo el sistema tendería hacia el reequilibrio a largo plazo.
- Volver a una suerte de patrón oro, aunque corrigiendo las disfuncionalidades que obligaron a abandonarlo. Se antoja complicado por las pasiones contrapuestas que incluso entre los economistas conlleva la sola mención al dorado metal.
- Un caos temporal que acabase conduciendo a alguna de las soluciones anteriores o a la vuelta al dólar u otra moneda como moneda de reserva.
En China, para desearle lo peor a tu enemigo, se le dice “ojalá te toque vivir tiempos interesantes”. Pues eso.