Artículo publicado por José Alberto León Alonso en El Día el 24/05/15.
La economista francesa Esther Duflo, acaba de ganar el Premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales por sus estudios sobre la economía del desarrollo. Duflo ha recibido numerosos premios y distinciones por su trabajo en microeconomía experimental, disciplina que busca respuestas sencillas y prácticas a partir de la observación de problemas cotidianos concretos.
Duflo cree que los políticos son cautivos de la ambición de intentar resolver el problema de la pobreza de una sola vez. La batalla contra la pobreza se puede ganar respetando tres condiciones: paciencia, trabajo riguroso y aprendizaje de la evidencia empírica. El papel de los economistas a la hora de analizar este problema debería consistir, por un parte, en identificar y proponer soluciones concretas y, por otra, en evaluar su aplicación de una manera rigurosamente científica. En este sentido preconiza la evaluación aleatoria de las políticas de ayuda al desarrollo, metodología que el Laboratorio de acción contra la pobreza (J-PAL), creado por ella y otros dos economistas del MIT, aplica de manera sistemática. Insiste en la economía como una verdadera ciencia humana. Se trata de elegir una población de referencia, aplicar una política dada a un grupo elegido aleatoriamente (el “grupo tratado”) y dejar otro grupo sin tratar (el “grupo de control”). Este método, habitual en medicina, era infrecuente en economía hasta hace unos 20 años. La aleatoriedad permite estimar el efecto medio del tratamiento simplemente calculando la diferencia entre el resultado medio del grupo tratado y el resultado medio del grupo de control. Y se consigue sin necesidad de un modelo teórico sobre el efecto de interés y con pocos supuestos, aunque hay que ser muy cuidadoso en el diseño y la realización del experimento.
Esta línea de investigación ha tenido gran éxito: en 2005, 67 de los 89 programas que el Banco Mundial tenía en África se evaluaron experimentalmente. Uno de sus efectos ha sido desviar recursos de los megaproyectos a proyectos más modestos pero potencialmente muy efectivos. Por ejemplo, en un trabajo sobre Kenia, Miguel y Kremer encontraron que medicar a los niños para que no tengan parásitos (lombrices) es 20 veces más efectivo para que vayan al colegio que contratar a un profesor más.
Según Duplo, lo más probable es que no haya un solo factor que cause la pobreza y de nada sirve buscar la piedra filosofal que la resuelva de una sola vez. Lo más razonable es probar intervenciones diferentes y evaluarlas de forma consistente. Lograr así que construyamos un corpus de evidencia que nos permita discernir lo que funciona y lo que no.
Por ejemplo, en cuanto al problema de la alimentación de los pobres, llega a conclusiones sorprendentes. La mayor parte de la gente, incluso la mayoría de los más pobres, gana el dinero suficiente para permitirse una dieta alimenticia adecuada, ya que las calorías suelen ser bastante baratas, salvo situaciones extremas (desplazados, guerras). Pero cuando las personas muy pobres tienen la posibilidad de gastar algo más de dinero en comida, no parecen querer más comida, aunque este hecho haría su vida y la de sus hijos mejor. Sino que usan una parte de ese dinero en combatir el aburrimiento (comprando un televisor u organizando una fiesta), y otra parte en alimentos, pero no para conseguir más calorías, sino para comprar alimentos más sabrosos (y caros) aunque menos nutritivos. Podrían consumir más calorías y otras sustancias nutritivas si gastasen menos en cereales caros (como arroz y trigo), azúcar y comida preparada y más en verduras de hoja y cereales secundarios. Pero alimentarse exclusivamente de verduras es aburrido.
En términos generales, las cosas que hacen la vida menos aburrida (TV, azúcar, fiestas) son una prioridad para los pobres. Se centran en el aquí y ahora, en vivir la vida de la forma más placentera posible, aprovechando las (pocas) ocasiones que se les ofrecen. Se comportan como si cualquier cambio importante como para merecer el sacrificio sencillamente necesitara demasiado tiempo. Los pobres no son receptores pasivos de nuestra ayuda. Toman sus propias decisiones. Quieren dulces y no una dieta basada en las espinacas, y se equivocan tanto como nosotros en sus decisiones alimenticias. Solo que sus errores los pagan durante toda su vida…y la de sus hijos. La buena noticia es que unos pequeños incentivos pueden cambiar sustancialmente las cosas. Por ejemplo, recompensar a los padres con 1 kg de judías secas, con un valor inferior a los dos dólares, incrementó de un 10% a un 40% las tasas de vacunación en los poblados rurales donde se introdujo esta práctica.
Respecto a la alimentación, el problema no es tanto la cantidad como la calidad de los alimentos que consumen, y especialmente la escasez de micronutrientes. Según Duflo la prioridad debería ser la buena nutrición durante la primera infancia, pues los adultos que han sido bien alimentados de pequeños son, en promedio, más altos y más listos. Y el hecho de que sean más listos es lo que hace que ganen más. Esto sugiere que la política alimentaria para el desarrollo de los gobiernos está equivocada. La solución no es suministrar más cereales, sino facilitar alimentos enriquecidos con yodo y hierro a mujeres embarazadas y a los padres de niños pequeños, dar tratamientos antiparasitarios a los niños en las escuelas, o incentivar a los padres si consumen suplementos nutritivos. La solución es incorporar nutrientes adicionales a los alimentos que gustan a la gente. En varios países, se ha probado con éxito el consumo de un nuevo tipo de sal, enriquecida a la vez con yodo y con hierro, pero se sigue insistiendo en una política alimentaria centrada en cereales baratos para los pobres. Y eso que suministrar ayuda alimentaria a gran escala es una pesadilla logística. Más de la mitad del trigo y más de dos tercios del arroz se “pierde” por el camino, incluyendo una buena parte que se comen las ratas. En fin, un premio a quien intenta mejorar mucho las cosas con pequeñas mejoras.