Artículo publicado por José Alberto León Alonso en Diario de Avisos el 27/05/12.
Confieso que la moralina del grupo pro –derechos de autor me tiene un poco harto. No solo se arrogan la representación de todo lo que es moralmente bueno en el mundo, sino que acusan de ladrones y piratas a quienes (en vano) les pedimos que nos expliciten en qué teoría económica se basan para defender que la única manera de proteger la creación artística es el establecimiento de un monopolio sobre su uso (pues eso y no otra cosa son los derechos de propiedad intelectual). Huelga decir que no sufren los mismos escrúpulos morales cuando se trata de apropiarse del dinero del contribuyente ya sea a través de subvenciones o de tasas.
Para empezar: ¿es un robo violar la propiedad intelectual? Jesús Fernández Villaverde, en su artículo “Las Falacias de los Defensores de la Propiedad Intelectual”, lo deja claro. Pues… NO. En economía hay una distinción fundamental entre bienes rivales y no rivales. La rivalidad en el consumo de un producto implica que el consumo por parte de un individuo impide el uso por otros. Una descarga musical no impide que otros escuchen y/o se descarguen esa misma melodía y es, por lo tanto, un bien no rival. Por lo tanto, cuando realizo una descarga no me estoy apropiando del bien, que sigue disponible para los demás. Lo que sí puedo estar causando es un perjuicio económico. Si copio un libro, el autor sigue siendo su propietario, pero ya no me lo podrá vender, de modo que le perjudico económicamente, aunque no se lo robe. Así pues, copiar una obra intelectual es un acto que no impide el disfrute por su propietario (no es un robo), pero sí que le causa un perjuicio económico.
Para incentivar al artista por este posible perjuicio económico el remedio ha sido conceder un monopolio temporal en su uso y posesión al creador de la obra. El problema es que, como en cualquier monopolio, el monopolista acaba imponiendo un precio de venta superior al de mercado, lo que genera que los consumidores acabemos pagando mucho más cara la posesión de una obra intelectual que en un sistema libre, por lo que todos acabaremos consumiendo menos “arte” del que consumiríamos si no existiera ese monopolio.
Este sistema de monopolio comercial no se utiliza únicamente para productos artísticos, sino que protege las innovaciones en el campo industrial a través de las patentes con efectos mucho más dramáticos en algunos casos. En concreto, en la industria farmacéutica, mientras una compañía disfrute del monopolio de un fármaco que cure una enfermedad letal la venderá a un precio superior al de mercado, lo que puede producir (y de hecho produce) millones de muertos al año en los países menos desarrollados, que no pueden financiar el coste de los fármacos. Sí, nuestros moralistas defensores de la Propiedad Intelectual defienden un sistema cuyas disfunciones en la industria farmacéutica causan millones de muertes en el mundo cada año.
Los defensores de la propiedad intelectual argumentan que sin su existencia habría una menor producción artística e industrial. Pero éste es un argumento equivocado. El 75% de los derechos de autor en España se reparten entre 600 artistas, según el Informe de la Comisión Nacional de la Competencia de 2010, y la sociedad no necesita proteger los derechos de los mega-artistas para que se dediquen a la música. No los veo cargando bloques en la construcción ni sirviendo mesas en caso contrario, la verdad. Seguirán en lo suyo, pero cambiarán la forma de generar recursos. De hecho, eso es lo que ha sucedido con el incremento de la piratería durante los últimos años. Los ingresos del mercado musical apenas han variado en los últimos años, pero sí lo ha hecho su composición. Los ingresos por venta de música han descendido, mientras que los de la música en vivo han aumentado sustancialmente.
Boldrin y Levine, en su libro Against Intelectual Monopoly prueban de forma rigurosa que no existe ninguna evidencia que resulte una mayor innovación y creatividad de la existencia de derechos de Protección Intelectual. La Propiedad Intelectual es de hecho un monopolio intelectual que obstaculiza más que ayuda al mercado competitivo, que es el que en realidad ha desarrollado la riqueza y la innovación hasta hace poco. El mal uso de las regulaciones y patentes es ahora tan generalizado que incrementa el coste de la creación y disminuye el ritmo de difusión de nuevas ideas. La mayoría de las patentes no están en manos de innovadores sino de enormes Corporaciones que las adquieren con propósitos defensivos, para impedir con demandas legales por violación de patente que otros amenacen su posición de liderazgo. La interminable “guerra” de litigios entre todos los fabricantes de tabletas y smartphones es un buen ejemplo de ello. Por el contrario, los autores muestran en su libro multitud de ejemplos que demuestran que es perfectamente posible obtener un beneficio satisfactorio sin la protección del monopolio de uso. En ausencia de estos derechos, los autores de cualquier innovación tienden a saturar el mercado con su innovación a precios razonables para aprovechar su renta de pionero y de ahí obtienen una rentabilidad adecuada que compensa su inversión. Adicionalmente, los innovadores se encuentran en la mejor posición para seguir manteniendo su liderazgo a través de mecanismos de innovación competitiva, creando nuevas innovaciones a partir de la anterior. Solo cuando existen patentes existe un incentivo a dejar de desarrollarla, actuando como inhibidor de ulteriores innovaciones basadas en la patente actual.
En conclusión, los derechos de propiedad intelectual no son los únicos (ni los mejores) instrumentos para fomentar la innovación y la creatividad. En su ausencia, el mercado genera suficientes incentivos para su desarrollo y existen otros mecanismos para su fomento, como el mecenazgo, público o privado. Buena parte de lo mejor de la innovación en la historia de occidente ha venido del mismo, incluida la mayoría de la ciencia básica en Internet y la informática. Igualmente, tal y como proponen para la industria farmacéutica Barder, Kremer y Williams en su artículo “A Policy to Stimulate Investment in Vaccines for Neglected Diseases”, otro instrumento podría consistir en otorgar premios para la primera compañía que encuentre una vacuna efectiva contra ciertas enfermedades tropicales que actualmente no se desarrollan al carecer de mercado.
Los monopolios corrompen. Los monopolios absolutos corrompen absolutamente. Pregunten en la SGAE.