Artículo publicado por José Alberto León Alonso en El Día el 20/03/16.
El pasado diez de marzo, el Gobernador del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, volvió a sorprender a los mercados con seis medidas que los analistas más prudentes califican como “artillería” en la “guerra” contra la crisis económica en Europa.
Algunas de estas medidas, como reducir el tipo de referencia de las subastas semanales al 0%, así como el de la facilidad marginal de crédito (la tasa con la que presta el dinero a un día) al 0,25%, no dejan de ser medidas simbólicas, aunque los economistas asistimos atónitos ante un tipo oficial del dinero al 0%, algo que, teóricamente, nunca iban a ver nuestros ojos. Que ahora sea un hecho habla de lo excepcional de la actual crisis.
Otras medidas, como las nuevas subastas de financiación a largo plazo para los bancos, y que se amplíen las compras de deuda hasta 80.000 millones mensuales, no deja de ser más de lo mismo. Más liquidez para los mercados, intentando ahogar una crisis de exceso de deuda con medidas monetarias, es decir, emitiendo más moneda y saturando el mercado con ella. Como medida adicional, se penaliza a los bancos con el dinero que dejan sin utilizar por la liquidez que depositen en el BCE, en un intento fútil para que utilicen esa liquidez en dar más crédito a las empresas y particulares.
Pero otras dos medidas pueden tener más huella. Por un lado, con un método complejo, pero original, se remunerará a los bancos que faciliten más crédito a los agentes económicos. Las entidades tendrán que aumentar sus créditos en, al menos, un 2,5% en año y medio para beneficiarse de un 0,4% extra de remuneración por parte del BCE. Los bancos que concedan más créditos que ahora pero no alcancen esa cifra mínima, se financiarán al 0%. Finalmente, aquellas entidades cuyo saldo crediticio sea negativo, deberán compensar un 0,4% al BCE por la financiación que este les haya concedido. Por otro lado, el BCE comprará bonos de las empresas no financieras con grado de inversión, es decir, con cierta solvencia, lo que en la práctica servirá para que el banco central financie directamente de forma abundante y barata a las grandes empresas europeas, intentando que la liquidez que inyecta al sistema llegue a la economía real. Estas dos medidas serán las que tengan más impacto, aunque probablemente éste será limitado en el tiempo. A largo plazo, todo lo que no sea solucionar el problema de fondo, la burbuja del exceso de deuda, me temo que no tendrá éxito.
Tras esta exhibición de artillería, la bolsa, y en especial, los valores bancarios han experimentado una subida considerable, pero la preocupación que subyace en los analistas es ¿qué más podrá hacer a partir de ahora al BCE? Draghi ha pedido reformas y coordinación y no es la primera vez que lo hace. Si sobra dinero, la solución no puede ser imprimir más. Si no hay demanda de crédito, la solución no puede ser obligar a los bancos a concederlos. Pero los líderes europeos hacen oídos sordos, y el BCE no puede hacer frente en solitario a la crisis. Ya se ha saltado a la torera todas las normas que limitan su actividad de prestamista directo y poco más puede hacer.
¿Poco? El propio Draghi clamó que todavía tiene más de la misma munición: “Hay una larga lista de medidas y cada una de ellas es muy importante”, aseguró. Le quedan pocas armas por probar, pero se me ocurren tres que aún no ha utilizado, y estoy seguro que las autoridades del BCE, imaginativas como están demostrando ser, tendrán alguna más en la recámara. El problema es que las medidas convencionales tienen un impacto cada vez más limitado, pero hay otras más extremas que podrían surtir más efecto. Continuando con el símil bélico, se trataría de emplear el armamento nuclear, que lo tiene.
La primera arma nuclear es utilizar la liquidez existente para financiar directamente un programa conjunto de inversión pública europeo: el Plan Juncker, que vegeta en los despachos. En lugar de destinar un billón de euros al año en comprar deuda de los estados y las empresas, podría destinarse ese dinero a que los estados o la propia UE construyan infraestructuras tecnológicas y de transporte europeas ya seleccionadas, y que tienen un gran impacto en la productividad y cohesión del continente. Gasto público en estado puro. Su impacto en la economía sería inmediato y duradero. Subiría la inflación, pero ahora el problema es más el contrario (la deflación), que el incremento incontrolado de los precios. Y si de algo tienen experiencia los bancos centrales es de controlar los precios si éstos suben. Si no se pone en marcha es por la cabezonería de los países del norte.
La segunda es el conocido “helicóptero” (la imagen es “tirar” dinero al azar por las ciudades desde un helicóptero), esto es, regalar dinero directamente a los ciudadanos. ¿Qué tal 2.000 euros por habitante al año ingresados directamente en la cuenta corriente? No conozco a nadie al que le disguste la idea. Estimularía el gasto y reactivaría la economía. Y sí, también la inflación, como la anterior. Es una medida que los teóricos han propuesto desde la Gran Depresión de los años treinta, pero que nunca se ha puesto en práctica. Lo dicho, armamento nuclear. Territorio desconocido.
La tercera es más discriminatoria: un jubileo de deudas. Sumerios, babilonios, asirios y judíos lo aplicaron en la antigüedad. Cada cuatro o seis años se cancelaban todas las deudas personales y se volvía a comenzar de cero. En este caso, el dinero del BCE se destinaría a cancelar el principal de los préstamos personales (o, ya puestos, el de las empresas) reduciendo la burbuja de deuda. El inconveniente es que se estimula el comportamiento irresponsable de los que se endeudan por encima de sus posibilidades, y se penaliza a quien ha sido prudente. A quien no se ha endeudado se le queda cara de idiota.
Es decir, armas, como las meigas, haberlas haylas, otra cosa es que no se quieran emplear, pero estamos llegando a un punto en que solo queda el armamento nuclear.