Artículo publicado por José Alberto León Alonso en Diario de Avisos el 25/01/15.
Las elecciones que se celebran en el día de hoy en Grecia se han convertido en un asunto de importancia europea. Hay mucho en juego. De hecho, el resultado de las mismas podría determinar si el país permanece o no dentro de la zona euro, lo que tendría consecuencias importantes para el resto de la unión monetaria. Se habla y no se para sobre la posible salida de Grecia del euro (Grexit en su contracción inglesa). El mercado no las tiene todas consigo sobre el futuro de Grecia, dentro o fuera del euro. La prueba de esta preocupación es que la curva de deuda soberana helena está invertida, esto es, las rentabilidades de sus bonos a corto plazo son mayores que las a largo plazo, una circunstancia que ocurre cuando la incertidumbre es total, y es que el mercado considera más probable la quiebra inmediata de Grecia que a largo plazo, y por eso exige para la deuda griega tipos de interés mayores a unos pocos meses vista.
Syriza, partido de izquierda radical cuya popularidad se ha aupado sobre la crisis económica del país, es el gran favorito en las elecciones, y ha prometido lanzar un nuevo programa de gasto público a gran escala que costaría un 7% del PIB, y renegociar la impagable deuda de Grecia con los prestamistas, con la esperanza de que le perdonen (le permitan una “quita”) la mayor parte de ella. Naturalmente Syriza propone que ese mayor gasto se sufragará con mayores impuestos a los ricos y un control de la evasión fiscal. Ningún país mediamente desarrollado del mundo ha logrado un incremento de ingresos de esa cuantía a tan corto plazo. Las distorsiones que un incremento de la presión fiscal de esa magnitud produciría son difíciles de estimar pero necesariamente muy elevadas. Es más, la reacción esperada de los agentes económicos, tanto en términos de deslocalización de empresas como de desincentivos al trabajo asociada a unos tipos marginales impositivos extremadamente elevados, o de incremento del fraude fiscal y la economía sumergida, harían probablemente imposible recaudar esas cuantías. Y lo de controlar la evasión fiscal es más fácil de decir que de hacer. El control del fraude suele ser la excusa que se utiliza para cuadrar los presupuestos cuando no se sabe de dónde obtener el dinero. La realidad es que, en un país donde la corrupción campa a sus anchas, donde para acceder a cualquier servicio público la “mordida” (el pago de pequeños sobornos) es el mejor medio y donde la evasión fiscal es una forma de vida, ese gran programa de gasto público no parece financiable con mayores ingresos, sino con nueva deuda. ¿Y quién le va a prestar dinero a un país que ha reestructurado su deuda tres veces en cuatro años?
Hace tres años la amenaza de que la caída de Grecia desestabilizaría el euro forzó a los países europeos a su rescate y a una quita de su deuda. El problema es que Grecia entró en la zona euro falseando sus datos económicos y ese es un pecado original que Alemania no olvida, por lo que esta vez no parece dispuesta a transigir con cualquier acuerdo, así que la troika insistirá en que Grecia cumpla con sus compromisos previos. Si las negociaciones se estancan o fracasan Grecia podría verse obligada a abandonar el euro por la imposibilidad de financiarse a unos tipos de interés sostenibles. A falta de un manual sobre lo que ocurriría en el caso de una quiebra desordenada (sin acuerdo) de Grecia, lo más parecido sería el corralito argentino de 2001. Los bancos griegos serían incapaces de hacer frente a las retiradas de depósitos de los ahorradores y se impondrían restricciones a la retirada de fondos. Grecia saldría del euro y, probablemente, de la Unión Europea. El nuevo dracma se devaluaría en más del 60%. Y de ahí seguiría la quiebra de los bancos griegos y de las empresas griegas con deudas (en euros) con el exterior; el ostracismo, ya que nadie les volvería a prestar dinero en décadas; hiperinflación; pérdida de poder adquisitivo; etc. Como único punto positivo, las exportaciones griegas ganarían competitividad, pero Grecia sólo exporta servicios turísticos, transporte marítimo y… aceitunas. Para Grecia sería pegarse un tiro en la cabeza.
¿Y para Europa? Los efectos serían mucho menos importantes que hace apenas tres años. Grecia nunca ha sido una economía relevante para el euro (solo un 2% de su PIB), pero el temor se centraba entonces en el efecto contagio sobre otras economías europeas y, en espacial, sobre España e Italia. En la actualidad, de las turbulencias en los mercados durante unos meses no nos libraríamos pero, a diferencia de lo que ocurría en 2011, el Banco Central Europeo ha decidido ya actuar como prestamista de última instancia interveniendo en los mercados de deuda soberana e incluso privada comprando deuda. Tiene más de un billón de euros para prevenir una repetición de la crisis de la deuda, e incluso puede imprimir moneda para “hacer lo que sea necesario\» para salvar al euro, tal y como prometió el presidente del BCE en 2012, calmando la inestabilidad. Si el BCE imprimiera moneda para comprar masivamente bonos de los países periféricos se detendría el efecto dominó. En estos últimos tres años, también la deuda helena se ha comunitarizado y ya no se debe a los bancos, sino a los estados, así que los entidades financieras europeas no sufrirían con el colapso heleno, y, afortunadamente, algunas de las economías más débiles entonces, como la española (la cuarta economía del euro, no lo olvidemos), ha retomado una senda de crecimiento más vigorosa de lo esperado cuando en 2011 se hallaba en franca recesión y sin salida a la vista, lo que reduce los temores a que nuestro país no haga frente a sus compromisos. Sería una tragedia para Grecia, pero probablemente no se convertiría en una crisis sistémica para la eurozona en su conjunto. Eso sí, la salida de Grecia rompería con el tabú de la salida del euro, lo que puede dar lugar en el futuro a ataques especulativos a países de la eurozona cuyos fundamentales económicos sean débiles.
Syriza sabe que su plan saca a Grecia del euro y se la juega a un farol: si yo caigo, tú también. Pero Europa se siente más fuerte para resistir el envite. A corto plazo es probable que la troika y el nuevo gobierno pacten una línea de crédito para ganar unos meses de tiempo, pero en un horizonte de entre 3 y 6 meses el panorama se puede complicar notablemente, pues Syriza deberá escenificar ante sus electores que hace frente a la troika. El escenario más probable sigue siendo algún tipo de acuerdo. Muchos países europeos parecen dispuestos a una reestructuración de la deuda a través de alargamiento de plazos y rebaja de las tasas de interés, pero será difícil que acepten un programa de expansión fiscal y subidas salariales. ¿Y si se rompe la baraja? Entonces improvisaremos como venimos haciendo en Europa desde 2009, y en España “disfrutaremos” de algo poco usual en economía: la experiencia indolora del experimento en cabeza ajena de los efectos de las propuestas de Podemos, que se parecen enormemente a las de Syriza. Igual hasta merece la pena.