Artículo publicado el 2/10/11 por José Alberto León Alonso en Diario de Avisos.
Con los mercados financieros al borde de la histeria y una creciente sensación de malestar y enfado general, Estados Unidos y Europa andan a la greña, insistiendo los primeros en la necesidad de medidas de estímulo para reactivar la economía, y los segundos en la defensa a ultranza de la austeridad para reducir el déficit y la deuda. La división de opiniones se basa en el diagnóstico del problema. Así, se discute si nos encontramos ante una recesión provocada por una insuficiencia de demanda (opinión abanderada por Krugman), o si por el contrario estamos ante el estallido una burbuja especulativa por sobreendeudamiento (según defiende Rogoff).
Los síntomas de ambas “enfermedades” se confunden, pero el tratamiento es distinto. Para una insuficiencia de demanda nada mejor que reactivar la actividad con un incremento de gasto público. En base a ello, en el mundo se han gastado más de tres billones de euros a lo largo de la crisis en planes de estímulo y/o rescate, con escaso resultado. Krugman opina que aún habría que gastar mucho más, pero por ahora lo único que ha conseguido este “manguerazo” de dinero público es sustituir deuda privada por pública y que tres años después sigamos al borde del abismo.
Para Rogoff el problema número uno es la excesiva deuda. La tabla adjunta muestra la deuda pública y privada (excepto la de las entidades financieras) de ciertos países respecto a su producción (el PIB), y se observa que la deuda de los países desarrollados ha pasado del 172% al 306% del PIB desde 1980 hasta el 2010, y los prestamistas comienzan a dudar de la recuperación del dinero que prestan. El límite en el que comienzan los problemas puede variar para cada país, pues lograr nuevo crédito depende no sólo de lo que ya se debe, sino también de lo rápido que crece la deuda, de la capacidad del país para generar futuros recursos para pagarla y de si los prestamistas son nacionales o foráneos. En el caso de economías competitivas, Japón nos señala el “nivel de corte” para los problemas. En 1990 su deuda ascendía al 364% s/PIB y en 1991 se desplomó su mercado bursátil, el de la vivienda y el financiero (¿les recuerda algo?) provocando una crisis brutal, que veinte años después sigue sin superar… y es que sigue endeudado hasta las cejas (456% s/PIB), aunque solo el 34% se lo debe a acreedores externos.
Los datos parecen demostrar que Rogoff tiene razón. La enfermedad es la deuda excesiva y, si es así, lamentablemente el tratamiento no es milagroso, sino largo y doloroso. De su libro “Esta vez es diferente: Ocho siglos de locura financiera”, que estudia las crisis financieras históricas en sesenta y seis países se deduce que toda crisis de sobreendeudamiento lleva aparejado un periodo de reducción de la deuda, de quiebra de las empresas, entidades financieras y/o estados insolventes y una salida de la crisis cuando el endeudamiento se reduce suficientemente. Si los gobiernos van a gastar sus recursos eficazmente, deben acelerar (y no retrasar como hemos hecho en España y Europa) la resolución del problema con renegociaciones y reducciones en la deuda. De otro modo nos espera un largo estancamiento a la japonesa. Así Europa debe reconocer que Grecia (y probablemente Irlanda y Portugal) no podrá atender a sus pagos en un futuro cercano y que procede reestructurar su deuda con una quita, renunciando los acreedores a cobrar una parte de la deuda, de forma que se distribuyan los costes del impago entre los deudores y los acreedores. Lo mismo debe hacerse con los hogares, las empresas y las entidades financieras insolventes. Respecto a éstas últimas, no se debería intervenir proporcionando fondos públicos sin más (como se ha hecho en España en Caja Castilla-La Mancha y la CAM), sino con una quita adecuada (como se piensa hacer con las cajas catalanas y gallegas) que permita recuperar los fondos a medio plazo y distribuir el coste del impago de una forma justa entre acreedores y deudores (“culpables” por igual del fallido).
¿Y cuánto dura la recuperación en una crisis financiera profunda típica? Pues la historia muestra que entre tres y seis años en alcanzar el nivel de renta previo a la crisis y desde ahí nada menos que entre tres y diez años adicionales en lograr una tasa de crecimiento relativamente sana. Este periodo es tanto más largo cuanto mayor es el sobreendeudamiento inicial y cuanto más tarde se inicie el proceso de transferencia de riqueza de los acreedores a los deudores ya sea a través de reestructuraciones, impagos y/o, y aquí viene la novedad, inflación. Rogoff propone generar una inflación moderada, en torno al 4%-6%, durante varios años para acortar y suavizar el proceso. La inflación genera a corto plazo un repunte de la actividad y el empleo; y reduce el esfuerzo necesario para pagar la deuda, ya que los ingresos y el PIB crecen con la inflación, mientras que la cantidad adeudada (al ser un stock) permanece estable. Algunos economistas consideran cualquier insinuación de inflación, incluso una relativamente moderada, como una forma de herejía. Y es cierto que una vez que se genera inflación es difícil frenarla, pero tenemos treinta exitosos años de experiencia a nuestras espaldas sobre lo que hay que hacer para reducirla, mientras que la dureza de la crisis actual debería impedir hacerle ascos a una medida que la atenúa y acorta ¡Más inflación, por favor!